viernes, 9 de noviembre de 2007

Parece que es el fin del mundo - dijiste -

Lluvia de tinta roja y seca que me carcome lentamente. Lo carcomía lentamente y sudaba en las noches. El horror entraba suave por sus poros y se mezclaba con su sudor nocturno. Sí, estaba sudando horror. Horror rojo y seco que se parecía a la tinta que lo bañaba en las noches. Talvés - pensó - sueño y despierto bañado en tinta, la siento y la veo correr por mis miembros pálidos, por las costillas que florecen en mi piel y sobre los vellos arbóreos de mi cara y que se diluye en mi puntiaguda lengua y me hace sentir la amargura del líquido colorado y venenoso. Y no es la realidad. Mi capacidad de soñar va más allá de lo inmaterial, lograba ir al lado corporal de los sueños, ¿ existe ?, claro que existe ! ! !, basta verme correr con desesperación en las noches en que escuchaba las voces, el horror, el odio, la maldad... y subía, podía ascender, transformar su cuerpo en gas, en ese gas liviano, lento, gutural, que llenaba su cabeza y se disparaba hacia la atmósfera y podía sentir el frío de las alturas, un frío que le resquebrajaba lo huesos. Viajaba por un paraje de vegetación enana y helechos de grandes hojas. El clamor de los truenos nos acompañó durante todo el camino. - Parece que es el fin del mundo - dijiste - y reí, reí a carcajadas durante un rato. Una hilaridad terrorífica. El agua bajaba desde mi cabeza y marcaba perfectamente mi columna vertebral, tanto que no estaba seguro si tenía o no la piel aún adherida a mi cuerpo. Cuando entramos al bosque de pinos, ya no querías seguir caminando. Yo sabía que había que continuar. - No ves que me congelo, que ya mis piernas se están tornando moradas y que mi ánimo está tan frío como esa gota de agua que recorre tu espalda. - Entonces la dejé ahí, dentro del lóbrego paisaje, masticando aún las palabras que me acababa de decir y seguí caminando cuesta arriba hacia ninguna parte, creo que buscando aspirar el gas limpio de las zonas gélidas y grises. En lo alto de la colina encontré un enorme ciprés, con brazos anchos y largos, fornidos, sedientos de cielo. Y ahí estabas, confundida con el follaje, sentada al pie del coloso, respirando ufana el aire helado, ya casi congelado. Me miraste con mucho odio y lloré. La imagen tuya distorsionada por las lágrimas y la sangre espesa que ya costaba que corriera por las venas... Volvió en sí. Se dio cuenta que este sí era un sueño y que el espantoso frío que lo doblegaba era fantasía, que la extraña mujer que lo atormentaba no existía, que no era Cristina. Que tan solo pensar en ella lo desgarraba y sentía hervir sus entrañas. Ese día salió de casa a eso de la una de la tarde y se le empapó la camisa. Volvió la vista al cielo y quedó ciego por unos segundos. El calcinante sol machacaba su cabeza y la hacía arder con furia. De no ser porque se veía, hubiera jurado que estaba prendido en llamas, es más, sentí ese olor penetrante a carne quemada por un segundo. El horizonte serpenteaba a lo lejos y la suela de mis zapatos se mezclaba lentamente con el asfalto de la calle ardiente. - Ya no puedo seguir - dijiste - parece que es el fin del mundo - pero esta vez no reí. Te miré por unos segundos y tu cuerpo brillaba con la luz del desalmado sol del medio día. Tus labios carnosos y rosados dejando un pequeño espacio entre ellos por donde apenas se asomaba la punta de tu lengua, y el brillo de la negrura cruel de tus ojos, que me miraron mientras miraba tus muslos mojados, me hicieron despertar... No era posible que estuviera de nuevo soñando. Ya los muslos de Cristina eran delgados y apenas dejaban asomar una sección del fémur dentro del sepulcro que tanto visitaba a dejar regalos y flores que estaba seguro que a ella le gustaban. Sé que ella los ve y que el aroma de mis flores regocijan su perfecta nariz. Que de vez en cuando, si a ella no le molesta, puedo bajar a visitarla y esquivar todo tipo de vegetación subterránea y sentir la humedad que se incrusta en mis zapatos de forma lenta, cadenciosa, arrastrando organismos que toman mi cuerpo por sorpresa, que se aglutinan en mis venas llenas de fresca sangre y que chupan sin cesar hora tras hora, sin descanso. Poco a poco mi mente no puede seguir soportando tal tortura, pero mis músculos, ya mutilados por los seres, se resisten a mi cerebro. Todo se oscurece y siento aún más húmedo el suelo y mis manos. Se apoderan de mi, me consumen. Los siento revolotear por mis vísceras devorando toda materia a su paso, peor, los veo bajo mi pellejo deleitarse con mis carnes ya putrefactas... Al amanecer está cansado, baja a la cocina y prepara café mientras fuma con deleite un cigarrillo rancio que encontró sobre el fregadero. ¿Dónde estará Cristina? - Aquí estoy - dijo - No quiero hablar de lo de anoche así que mejor no digas nada - Quedé perplejo. ¿ Había sucedido algo anoche ?, recuerdo haber ido al bar junto con ella y unos amigos. Tomé las mismas siete cervezas de siempre y volvimos sin ningún contratiempo. Entré a casa y la vi inundada de insectos, miles de ellos, en un desfile áspero y oloroso a ácido fórmico, insoportable. Eran polillas y otros insectos alados, grandes algunos, otros diminutos. Actitud extraña : no prendí fuego a la casa llena de los invasores sino que tomé asiento en el sillón más cómodo de la casa, ya acostumbrado al agrio olor, y observé el desfile con mucho interés durante algunos minutos. Luego caí dormido hasta que sentí a Cristina chocando contra mi espalda, sin respirar, sin palpitar, silenciosa, serena, lánguida, fría, inmóvil... Le costaba trabajo imaginarse en el mundo real, ya no podía hacer ninguna diferencia. Cuando el sol me daba directamente a la cara, desperté y allí estaba ella, de espaldas a mí, profundamente dormida, - Cristina ! ! !- le dije varias veces - despierta, que parece que hoy es el fin del mundo.-

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