jueves, 5 de febrero de 2009

Tenía 10 años

Tenía, hace como diez años, la tranquilidad y felicidad de la escritura. En aquella época trabajaba en una institución del gobierno como lo hago ahora después de un lapso de seis o siete años en los cuales me dediqué a lo que los abogados llamamos, con más fanfarria que verdaderos resultados, “ejercicio liberal de la profesión”.

En aquella época de horas de escritorio y pequeños problemas administrativos que resolver, solazaba mi espíritu en la contemplación de las ideas que yacen en el éter. Tuve la dicha de, además de contemplarlas, poder llevarlas al papel o, como diríamos hoy en día, de “bajar” esas ideas de ese universo vaporoso que solo a algunos les es dado contemplar.

Coincide entonces mi apetito por escribir con la función pública. Y es lógico. El litigio es una cuestión que demanda mucho tiempo, mucha lectura urgente, muchos modales y muchos gritos, lamentos, presiones, recibos, papeles, divorcios, matrimonios y otras desgracias.

Sufrí el embate del oleaje de la incertidumbre. Hoy tengo para pagar las cuentas, mañana no lo sé. Hoy invertí ochocientos cincuenta mil colones para tener vista veinte veinte, el otro mes se vence la renta y no tengo cómo pagar.

Es gratificante cuando del fax sale un papiro donde dice que mi argumento convenció al juez, pero es detestable cuando pasa lo contrario. Enfrentar al cliente que, de forma desesperada, casi hambrienta, llama por su resolución cada veinticinco minutos; buscar el tono adecuado para que no lo reciba el frío y oscuro suelo, para que sus esperanzas de triunfo sobre su rival o aquel que simplemente lo hizo sentir tan mal, reciba lo que merece y que la ley haga lo que es justo.

Pero a veces ese sueño de beligerancia y victoria llega muy tarde, cuando ya las personas están añejas de esperar y cansadas de pagar al abogado que en ocasiones se convierte en el amigo, el psicólogo o simplemente alguien con quien seguir hablando de lo que hizo su contrincante en las canchas judiciales y cuál será la próxima jugada estratégica que debemos realizar para evadir el pago o cobrar al que nos debe.

Del litigio tengo bueno los amigos que nacen, los colegas reencontrados en los corrillos judiciales, el entrenamiento en pensar rápido, las cualidades de actor, no dejarse llevar por la presión y saber que todo el trabajo es mejor sacarlo lo antes posible, pero sobre todo, el hecho de saber que afuera hay un mundo que no lo deja a uno respirar y que si se baja la capa rápidamente será absorbido.

Otra gran satisfacción que tuve con mi ejercicio de la profesión fue acercarme a la docencia. Experiencia que de alguna u otra forma todos deberíamos tener porque nos aproxima más a la inevitable verdad de la ignorancia, y no la ignorancia del estudiante, que en la mayoría de las ocasiones no es consciente que la posee, sino de la desgarradora verdad acerca de lo que realmente conocemos. Cuando se es profesor, y más cuando se es de derecho, las personas esperan erudición, un derrame de sabiduría sobre cualquier tema. Se espera que la actualidad nacional e internacional se tenga a la mano, pero no solo eso, se le pide que sobre un acontecimiento qué se opina, claro, desde un punto de vista personal y, sobre todo jurídico, buscando en la noticia alguna similitud con su vida propia para así, ahorrarse ir “onde el abogao”.

Por eso creo que la docencia del derecho está hecha para valientes. Si soy profesor de ecuaciones diferenciales, difícilmente el estudiante tenga la suficiente solvencia de buenas a primeras para poder interrumpir al profesor y decirle que su ecuación está mal planteada y, además, indicarle por qué.

En cambio, el estudiante de alguna clase de derecho buscará la manera de comer el suculento y jugoso manjar de destrozar el conocimiento que dice el abogado, porque, en Costa Rica, todos somos algo de abogados, no sé si porque siempre estamos en pleitos o porque tenemos una capacidad increíble para inventar historias, pero sea cual sea la razón, el estudiante se solazará en el momento en que se toque el punto en el cual él es “experto”, sea que ha tenido dos o tres choques y tiene muy claro el procedimiento de tránsito o que se ha casado dos o tres veces y conoce perfectamente el proceso para divorciarse y casarse.

De toda suerte que, de esos años no añoro nada, pues las añoranzas nos hacen vivir atados al pasado sin posibilidad de correr hacia adelante.

El caso es que de alguna forma el hecho de tener el espíritu menos agobiado me hace cavilar sobre otros asuntos lejos de la labor constante de convencer a los inconvencibles y vencer lo invencible.

No he realizado muchos proyectos literarios que me han interesado, por ahora he retomado la lectura de algunas obras majestuosas como La Odisea, con lo cual me doy satisfecho pues leerla es leer casi todo.

De igual forma dejé en suspenso varios asuntos; un estudio sobre el derecho penal y el futbol, terminar algunos cuentos de mi segundo libro, modelar un poco más o someter a revisión mi “Ex Mundo” que tiene ya más de 10 años de haber sido escrito su primer cuento, hacer algunas consideraciones sobre La Ilíada y sobre La Odisea (proyecto ambicioso) y algunos apuntes sobre mi percepción de lo que significa o es el arte en general.

En fin, sea para un lado o para el otro, el trabajo en tiempo de crisis siempre es bien recibido y en un año donde además ha habido terremoto, viento e inundación, lo único que espero es poder escribir un poco más y sollozar un poco menos.