jueves, 15 de julio de 2010

Varsadia
Mi cuerpo fue descubierto a la orilla del mar, al mediodía. De lo acontecido me sigo maravillando. Hoy, que he pasado a ser parte del mar, en cada partícula, en cada molécula, hoy que pude viajar en sus aguas cálidas, navegar de forma clara y ufana por sus corrientes, por su quietud, por su furia y su lentitud. ¿Ha escuchado el lector ese sonido titánico, cadencioso, verde, rugidos monstruosos, velas al amanecer, saltos de sirenas y bestias, fuego azul, oro, hiel…? Cuando tenía cuerpo, cuando venas turgentes recorrían mis miembros, solía acariciar sus olas, sentir miles de gránulos fogosos que encendían mi carne, recorrer la línea blanquecina de su aliento voraz, de su anhelo eterno de vida y de muerte, de su fuerza calcinante, del amargo sabor, del dulce sonido. Hoy que estoy en todo y que soy todo, hoy que siento la brisa no en mi rostro, que yo soy la brisa, que todo empieza en mí y en mí termina, relataré.
El año y la fecha podrían ser cualquiera, igual el mar ha sido siempre el mismo. Añoraba en ese momento el amor perdido y el beso casero. El mar… solo el mar comprendía. Mi pensamiento se fijó al igual que mis ojos, en ese eterno viaivén, estructura colosal jamás comprendida por los hombres aún siendo tantos. Mis ojos no lograron retirarse del espectáculo maravilloso de la ola rompiendo, monumental. He de decir que también maravilla a mis ojos, la pequeña pinta de una flor amarilla, sin embargo, este día fue el mar el que aturdió mis sentidos. En un momento, estaba absorto en la contemplación, durmiendo el pesado sueño de la desesperanza.
No encuentro palabras para describir, si quieren pensar que el mar me enloqueció, yo también lo creo posible. En las aguas revueltas vi, sin salir del momentáneo asombro, algo así como una figura humana. Voltee a mirar a mi alrededor. Misteriosamente, había nadie. Mi asombro se convirtió en estupefacción al divisar una creatura humanoide, ataviada en lo mínimo para satisfacer su pudor, macho o hembra? No lo se aún. Se trataba claramente de un humano, sin embargo, había en este ser algunas características que le permitían desenvolverse en el agua de forma perfecta, podría decir mejor, bella; cabeza puntiaguda, manos y pies palmeados, agallas visiblemente desarrolladas.
Ante su llamado no pude resistir. Aquel dios agitaba su mano aleta en señal de una amistad que luego descubriría pura. Acerquéme cauteloso a tan impresionante forma de vida. Atónito aún por su figura perfecta, no destruida como yo, por la vida miserable, vicios y pendencias. Ahora que lo recuerdo, su divinidad provocaba, de por sí, una fría paz que no entendí en ese momento.
Su lenguaje no lo conocí, nunca emitió sonido alguno. Sin embargo, ya sabía yo cuál era su pretensión. Ahorramos la fase física del habla, no utilizamos los gases que nos rodean para hacer cabalgar ondas que entren a nuestros oídos y todo el iter de la escucha. La energía era utilizada para lo realmente importante: nadar. El llamado, digamosle telepático, confundía mi mente enormemente, ¡pienso que soy el primero en sentirlo! ¿cómo no abrumarme? Le dije en silencio que no podría acompañarlo, que mi mortalidad lo impedía, que de sus agallas no podría absorber el puro aire que alimenta en mí, la vida. “No tema” – me dijo (si es posible llamar decir a su estupenda forma de comunicación) – “el mundo de las profundidades nos espera, conocerá y contemplará lo que nadie ha contemplado jamás, Varsadia”. De inmediato, su mano aleta sujetó de forma contundente mi brazo, sin que tuviera forma de resistirme. Su enorme fuerza en el nado hizo que me rindiera al forcejeo. El mayor de los problemas se suscitó al minuto y tanto de haber entrado al agua, no podía respirar. Inició el pánico, mi corazón palpitaba a máximo poder, el agua comenzaba a entrar en mi nariz y boca, mis pulmones comenzaron lentamente a llenarse agua. Para ese momento mi asombro fue supremo. Me era posible respirar. Recibí otro mensaje telepático del ictiosapiens; “podrá respirar algunas horas bajo el agua, requiero que conozca Varsadia”.
De alguna manera que aún hoy, que soy parte de todo, no entiendo, me mantuve vivo. Nadé con regocijo, contemplando millones de colores, formas y luces. Pero nuestro viaje fue largo. Los animales de las aguas profundas son tenebrosos. Sus cuerpos se confunden con las peores pesadillas alienígenas. Sus métodos de sobrevivencia sobrepasan el entendimiento del ser humano.
Descendimos una montaña marina, la más grande del mundo, según me dijo mi compañero de viaje y guía. Llegamos a la sima de ella para luego escalar otra de menor tamaño. Lo que mis ojos contemplaron…
La ciudad de Varsadia, única e irrepetible. Haberla visto fue ver todas las ciudades juntas. Eran todas las ciudades y no era ninguna. Sus extrañas formas e ilógica construcción parecían diseñadas directamente de la mano de Dios. Me resulta imposible ahora describirla. Debería dedicar cualquier mortal su vida entera para tan solo describir de forma somera La Cúpula Central. La ciudad tenía cientos de kilómetros cuadrados de extensión. En el entendimiento del hombre de la superficie existe tan siquiera, la mínima relación de entendimiento sobre lo que mis ojos observaron. Resulta inútil, hoy que soy todo y no soy nada, intentar tan solo explicar por qué, contemplar Varsadia es contemplarlo todo, el universo comprimido en una sola roca, en un solo clavo, en una solo grieta. Conocí a todos aún sin verlos, aprendí, mi regocijo fue enorme. Caminar por la ciudad… el costado derecho de Dios.
En tiempo de humano de la superficie estuve once o doce horas en Varsadia. Sin embargo, mi crecimiento fue milenario. La ciudad me absorbió y yo a ella, se es uno con ella. Al fin y al cabo Varsadia y yo éramos lo mismo, el mismo ser palpitante, balbuceante, ingenuo, joven, que pululaba en la playa tratando de olvidar el fuego de mi casa.
Recibí un mensaje: “el tiempo ha terminado. Debe usted subir ahora. Ha sido usted el elegido. Su misión estará completa hasta que cuente en la superficie la existencia de esta ciudad”. Hoy, que soy parte de la ciudad y la ciudad es parte mía, se que la rebeldía y la arrogancia agobiaban el alma de este ser. Sabía que al relatar mi historia, las exploraciones de la superficie en pocos días iniciarían y que Varsadia sería, tal y como es costumbre en el hombre de tierra firme, destruida.
Se apoderó de mí la más profunda tristeza. Debía dejar Varsadia. No tenía forma de escabullirme. ¿He dicho ya que soy todo y que soy nada? Debía permanecer en la ciudad, disfrutar del embriagante sentimiento, de la plenitud, de la luz ad aeternitatem, del resplandor, de la telepatía, del conocimiento pleno, de la forma plana, del habla sin habla, necesitaba conocer, debía saber. “Morirá si no se marcha en este momento. El aire es escaso a esta proundidad” – decía la voz una y otra vez. Yo quería mantener la respiración, no subir, quedarme allí, quería ser varsadiano… Varsadia!!!
Soy todo y soy nada y mi cuerpo fue encontrado al medio día mecido por el mar.


Mayo, 2010